martes, noviembre 07, 2006

cadáveres en el río






Cuando crees que ya no puede dolerte mas. Cuando crees que es imposible que la monstruosa avaricia de quien administra, autoriza, permite, gestiona, nuestro entorno, nuestro paisaje, nuestro pueblo…, sea capaz de sorprenderte, una nueva mirada te desengaña. Ahora es el depósito de agua que se construye, para que la ciudad dormitorio pueda beber, el responsable de otro crimen. Para llevarlo a cabo han movido miles de metros cúbicos de tierra. Unos terrenos que, a la sazón, fueron un vertedero de otras obras. Así las máquinas revuelven todo tipo de objetos enterrados: botellas de las que ya no encuentras en los bares, muñecos descabezados, y telas, muchas telas.

Laboriosamente, hombres, hormigoneras, camiones, grúas, volquetes, han convertido un prado de monte bajo, en un escenario imposible de imaginar. Justo al lado resbala el arroyo que da nombre a la zona, Las Cebadillas. Durante los últimos cuatro años, mientras construían a su vez la mansión que habito, he tenido ocasión de pasearme arriba y abajo de estos parajes. En los días claros y apacibles veía aterrizar a los que se precipitaban desde el Abantos en parapente para revolotear un rato sobre nosotros. Paseando con mis perros, cruzaba cercas centenarias, ese y otros arroyos y manantiales, mientras comprobaba en la primavera como la voluptuosa flor de las jaras alimentaba a los insectos y el cantueso teñía todo de azul oscuro. Pero sobre todo admiraba el porte solemne de los árboles crecidos en la fertilidad de esa vaguada.

Pues bien, ahora no sólo todo el paisaje disponible es ese mar de tejados, sino que los pocos árboles que van quedando ahora son literalmente enterrados vivos. Con cada paseo hago votos para que cese esta tortura, pero no hay manera. Día a día la tierra se amontona y consigue tapar por completo, uno a uno, sus copas, y yo rezo en secreto por esa otra vida abatida. Sin embargo, del dolorido estupor, he pasado a la ira al ver como ahora el procedimiento consiste en descarnar las raíces hasta que caen, de ejemplares de más de cuatro metros de altura, dejando correr despavorida el agua que antes canalizaba un colector.

El arroyo, antes contenido, ahora corre desatado colina abajo, llena una pequeña presa y baja a pocos metros de las casas, erosionando todo a su paso. En pocos días se ha abierto una brecha de más de dos metros y he contado cinco árboles yaciendo en el lecho del río. Sus cadáveres se descomponen tan rápido como se llenan las cuentas financieras de allende las fronteras.